El desván

“-Vale. Iré.
Y se dispuso a bajar al sótano de sus recuerdos.
– Está oscuro- le dijo.
– ¿Qué esperabas? ¡Sigue!- le contestó.
El aire olía a tiempo estancado. Por todas partes, quietud. La puerta que dejó entreabierta proyectaba una luz tenue sobre la estancia.
-Aquí no hay nadie. Están todos, pero no se mueven. Ni me miran.
-Porque no pueden verte. Para ellos no estás. Sólo eres un sueño. Mírales tú.
Les observó paciente largo rato. En silencio. Sin premura. Poco a poco aquellas imágenes congeladas comenzaron a desplazarse hacia un punto. Una danza de sombras. Como planos superpuestos, fueron confluyendo lentamente en un rincón del desván. Y sus contornos se fueron borrando para adaptarse a la frágil silueta de un cuerpo menudo. La danza llegó a su fin. Sobre el improvisado escenario quedó, al fondo, una figura solitaria.
-¡Es una niña!- exclamó.
La pequeña se volvió con calma hacia donde ella estaba y la miró.
– Eres tú- le oyó decir.
Y a través de sus ojos, todos la miraron.” ©

Peces

«De niña jugaba a ser un pez. Imitaba su silencio. Y sus ojos siempre abiertos. Callada y quieta, el mundo se volvía agua. Dejaba de tener paredes.
Imaginaba que la respiración eran sus aletas. Se movían despacio. Lo justo para mantenerla sumergida. A salvo de la superficie.
Hasta que alguien aparecía. Y le hablaba. Su océano de agua se precipitaba por el sumidero de la realidad de los otros.
De vez en cuando, todavía recrea aquel mundo callado. Sin paredes. Igual que hacía de niña. Pero ya no es un juego. Ni ella un pez. Solo se busca a sí misma.» ©

El inventor

«- ¿A qué te dedicas?
–  Soy inventor
– ¿Inventas cosas?
– No, sólo personas. Invento lo que soy sin más fórmulas que mi propia mirada en el   espejo y lo que callo. E invento al otro mirándole a los ojos y escuchando sus silencios.
– Pero eso no es real.
– Tú y yo tampoco. © «

Palabras

Tenía que ponerle palabras. Pero ¿qué eran las palabras?
Cinceles que intentan esculpir el agua. Tornos de alfarero incapaces de moldear la piedra. Tinta sobre papel mojado. Cazamariposas sin red.
De pronto, supo qué decirle. El frío convirtió en hielo el agua para dejarse cincelar. El alfarero dio forma en su torno a la piedra con guantes de lija. El viento secó el papel mojado para que la tinta pudiera fijarse en él. Y una mariposa se posó solícita sobre el aro sin red.
“ Sin ti – le diría- todos no me bastan”. Pero no lo dijo. Tuvo miedo.
Y las palabras, ofendidas, se derritieron, se rompieron, se emborronaron y echaron a volar para siempre.©

El espejo

¿Y quién era él?
Un espejo resquebrajado en el que se sabía reflejada. Cuando le miraba, veía su propia imagen rota surcada de suturas. Despojada de cualquier ropaje. Desnuda de máscaras y corazas. Vulnerable.
Él era ella por dentro. Un ser sin caparazón.
Por eso iba a dejar de amarle.©

A tientas

La luz era blanca. Y cegaba la visión. No había ni un resquicio de sombra donde poner a refugio la mirada. Sólo cabía entrecerrar los ojos, intuir los contornos. Oler el viento.

Pero el viento era negro. Y cegaba su piel como una gasa de alquitrán. No había ni un resquicio de suavidad donde ponerse a refugio del desamparo. Sólo cabía apretar los dientes, intuir dónde encontrar la quimera de un cobijo. Y oler la soledad. ©

– Dime quién eres.
– No puedo.
– Entonces, mírame.
Le miró. Y al hacerlo, se coló dentro de ella deslizándose por el tobogán de sus ojos. Pero lo que encontró allí fue su propio laberinto de espejos, y el zumbido codificado de un enjambre de ecos lejanos.»¿Qué es esto?», susurró. «Tú», le respondió. «No estás dentro de mí, sino de ti. Sólo vemos lo que somos.» ©

El narrador

¿Quién escribe? No soy yo. O al menos no ese yo previsible pegado como un recortable infantil sobre un paisaje dibujado del mundo. Mi narrador es una nebulosa de contornos difusos que, de vez en cuando,  escapa de mí y corre ebria de libertad. Escribo al dictado de un ser resentido con la vida inventada. Y entre líneas, le escucho gritar: ¡Sólo esto es real! ©

Magia

De pronto descubrió que el anverso de su vida tenía un reverso. Por una cara, las cosas ocupaban en orden su lugar. Como en un desfile militar. Se asomó temerosa al envés de su vida y, sorprendida, se encontró con el lugar donde habita la magia. Allí estaba. Con todas sus reglas y sincronías ignotas. Un mundo de emociones libres parecido al de los sueños. Y en el revés de aquellas hojas manuscritas, a salvo de las palabras y de lo visible, empezó a leer su verdadera historia. ©

El Baúl

Lo envolvió de nuevo con delicadeza. Se había dado cuenta de que ella no era la destinataria del regalo. Buscaba cada doblez del papel para plegarlo igual que estaba antes de abrirlo. Pegó en su sitio exacto los últimos trozos de cinta adhesiva y lo sostuvo un instante entre las manos. Parecía no haber sido nunca desenvuelto.
“Ya está”, se dijo con tristeza. Le hizo un hueco entre los demás sueños incumplidos y cerró despacio la tapa del baúl.
Sin embargo algunas noches, cuando el mundo dormía, volvía de puntillas al desván para abril el baúl y comprobar que seguía allí. ©