Carta a uno mismo

«Busca la felicidad. Sin desmayo, sin desaliento.
Adivínala en la niebla. Y alcánzala. Despacio. O a bocajarro.
Mas cuidado… no esperes descanso alguno.
La felicidad, la auténtica, arrebata. Simpatiza con la locura.
Trasgrede el hábito, tienta, arranca telones.
Despeina, desnuda y, a menudo, hasta duele
la piel y el aliento
de tanto sentir la sangre y su latido.
En el pecho, en las manos, en la mirada.
La felicidad desordena. Desajusta.
Rompe el tiempo en pedazos inconexos que no volverán a casar igual en su ausencia. Porque, sí, se irá.
Y cuando se marche, deslizándose en picado hacia la nada por cualquier grieta del mundo,
sentirás, te lo advierto, que todo se detiene,
que te falta el aire,
que no te reconoces sin ella,
que todo oprime.
Sentirás que no fue real.
No te desmorones. O aún mejor: hazlo. Y luego levanta. Recoge tus trozos. Reconstruye tus juntas (al fin y al cabo, vivir es eso).
Después, vuelve a empezar. Búscala de nuevo. Sin desmayo. Sin desaliento.
Ahora sabes algo que antes desconocías.
Sabes que es posible. Sabes que existe”.