Lo envolvió de nuevo con delicadeza. Se había dado cuenta de que ella no era la destinataria del regalo. Buscaba cada doblez del papel para plegarlo igual que estaba antes de abrirlo. Pegó en su sitio exacto los últimos trozos de cinta adhesiva y lo sostuvo un instante entre las manos. Parecía no haber sido nunca desenvuelto.
“Ya está”, se dijo con tristeza. Le hizo un hueco entre los demás sueños incumplidos y cerró despacio la tapa del baúl.
Sin embargo algunas noches, cuando el mundo dormía, volvía de puntillas al desván para abril el baúl y comprobar que seguía allí. ©