La pecera

Me senté a esperar en el suelo
a la sombra de un molino en ruinas.

El mundo, tras el parapeto de su pecera,
giraba en círculos frente a mí
como una danza mansa de sonámbulos.

Imágenes fantasmales
-ojos, cuerpos, picos, dientes, escamas-
se agrandaban un instante
al acercarse.
Y luego seguían su rumbo indiferentes.

Pasó un cuervo. Y un lobo.
Un monstruo alado y un loco.
Pasó un niño. Y un viejo.
Un sabio y un triste.

Pasó un recuerdo,
riendo como una hiena.
Y lanzó una mirada boba,
como si yo no estuviera,
hacia el molino.

Me cansé de esperar
sobre la silueta oscura de las ruinas.
Y al levantarme quise tocar, antes de irme,
la pared de la pecera.

Pero nada había.
Ni cristal, ni molino, ni sombra.
Solo yo -otro fantasma-.
Y el peso de la espera. ©

No sé

«No sé si arrojar contra el suelo
un reloj o los espejos.
Quizás sólo me compre,
para el sueño de mañana,
unos zapatos nuevos.

No sé si buscar el charco que vi ayer al pasar.
Para comprobar si sigue allí la luna. O la noche.
Parecían atrapadas bajo el cristal de un mal recuerdo.
Temí que si me detenía a salvarlas,
y agitaba el agua
para romper el hechizo,
me quedara sola en el reflejo.

No sé si será mejor pisotear primero la memoria
y luego el olvido.
O hacerlo a la vez.
Así podría mezclar los guijarros rotos
y no saber cuál pertenece a quién.

Quizás lo mejor sería buscar el charco.
Para volcar sobre él las trizas de memoria y olvido
hasta cubrir el agua por entero.
Y bailar después sobre él,
aunque no haya noche, aunque no haya luna,
con mis zapatos nuevos».©