A tientas

La luz era blanca. Y cegaba la visión. No había ni un resquicio de sombra donde poner a refugio la mirada. Sólo cabía entrecerrar los ojos, intuir los contornos. Oler el viento.

Pero el viento era negro. Y cegaba su piel como una gasa de alquitrán. No había ni un resquicio de suavidad donde ponerse a refugio del desamparo. Sólo cabía apretar los dientes, intuir dónde encontrar la quimera de un cobijo. Y oler la soledad. ©

– Dime quién eres.
– No puedo.
– Entonces, mírame.
Le miró. Y al hacerlo, se coló dentro de ella deslizándose por el tobogán de sus ojos. Pero lo que encontró allí fue su propio laberinto de espejos, y el zumbido codificado de un enjambre de ecos lejanos.»¿Qué es esto?», susurró. «Tú», le respondió. «No estás dentro de mí, sino de ti. Sólo vemos lo que somos.» ©