Ausencia

La distancia le enseñó a romper el tiempo en dos. Para poder sobrellevar la ausencia.

Al quebrarlo, un pedazo seguía su avance sin tregua al compás del segundero. Y en su fluir,  arrastraba esa faceta de sí mismo que vivía sin ella.

Pero un trozo de tiempo se detenía siempre en cada adiós que les separaba. Y la parte de él que sólo podía existir a su lado también se quedaba quieta. Atrás. Anclada en el momento en que sus ojos eran mirada y sus manos tacto.

La distancia le enseñó a partir el tiempo. Y al hacerlo, él mismo se rompía en dos. Sólo así ese espacio lleno de ellos nunca se convertía en pasado. Era presente inmóvil. Tiempo en espera.©

Alas de papel

Veo un pájaro. Posado. Y tras él, de fondo, el mundo.
Sus flacas patitas parecen sostenerlo. Aunque, en realidad, está suspendido sobre la nada.
Mira a lo lejos a través del aire, a través de la vida, a través del sueño.
Mi presencia parece serle indiferente. Mientras no me mueva.
-No te vayas-, le dice mi mirada.
El pájaro echa a volar. Surcando el aire, la vida, el sueño. Con sus alas de papel.
Pero volverá.
Ha dejado sus flacas patitas sobre la barandilla. Y tras ellas, al fondo, el mundo espera.©

El telón

«Me llamas por mi nombre. Y te respondo.
Te dejo pensar que me conoces.  
Guardo para mí lo que, sin tú saberlo, también nombras. Acallo la tormenta sorda del miedo que ruge sin voz tras un telón tejido con pesadas capas de falso olvido.  Mi palestra es una oquedad interior surcada de ecos en permanente colisión. Hieren el aire con sus chasquidos inaudibles. Soy ese aire rasgado.  Soy mi dolor.
Me llamas por mi nombre. Cae el telón. Y te sonrío.» ©

Estrellas de tierra

Sembraré la tierra de estrellas que ya no existen.
Y en cada surco que abra dejaré a su lado un recuerdo tuyo. Para que no estén solas. Para que no se pregunten más por qué siguen brillando.
Te mirarán y dirán para sí: “Soy como tú. Un bello recuerdo. Un sueño”.
Y cada noche iré a visitarlas. Sola. Envuelta en silencio. Para no despertarlas. Para ver cómo brillan dormidas en su cielo de tierra.

La tinta invisible

Había encontrado en los ojos de aquel hombre un  reactivo que hacía legibles las historias aradas en su piel blanca con la tinta invisible de lo ignorado. Y vio cómo empezó a leer los surcos en su rostro, en su cuello, en los brazos…
-¿Qué ves?, le preguntó en voz baja.
…en el pecho, en su vientre, en las piernas. Por todas partes labrada.
– Canciones de cuna-, dijo al fin en un susurro. -Responsos. Letanías y trovas.  Muchas palabras de adiós. Poemas que no comprendo-.
– Léeme en voz alta -, suplicó.
Pero entonces apareció el viento.
– No es posible- le oyó decir. -Ya no está. Ni ha estado nunca. Te has despertado.- ©

El desván

“-Vale. Iré.
Y se dispuso a bajar al sótano de sus recuerdos.
– Está oscuro- le dijo.
– ¿Qué esperabas? ¡Sigue!- le contestó.
El aire olía a tiempo estancado. Por todas partes, quietud. La puerta que dejó entreabierta proyectaba una luz tenue sobre la estancia.
-Aquí no hay nadie. Están todos, pero no se mueven. Ni me miran.
-Porque no pueden verte. Para ellos no estás. Sólo eres un sueño. Mírales tú.
Les observó paciente largo rato. En silencio. Sin premura. Poco a poco aquellas imágenes congeladas comenzaron a desplazarse hacia un punto. Una danza de sombras. Como planos superpuestos, fueron confluyendo lentamente en un rincón del desván. Y sus contornos se fueron borrando para adaptarse a la frágil silueta de un cuerpo menudo. La danza llegó a su fin. Sobre el improvisado escenario quedó, al fondo, una figura solitaria.
-¡Es una niña!- exclamó.
La pequeña se volvió con calma hacia donde ella estaba y la miró.
– Eres tú- le oyó decir.
Y a través de sus ojos, todos la miraron.” ©

Peces

«De niña jugaba a ser un pez. Imitaba su silencio. Y sus ojos siempre abiertos. Callada y quieta, el mundo se volvía agua. Dejaba de tener paredes.
Imaginaba que la respiración eran sus aletas. Se movían despacio. Lo justo para mantenerla sumergida. A salvo de la superficie.
Hasta que alguien aparecía. Y le hablaba. Su océano de agua se precipitaba por el sumidero de la realidad de los otros.
De vez en cuando, todavía recrea aquel mundo callado. Sin paredes. Igual que hacía de niña. Pero ya no es un juego. Ni ella un pez. Solo se busca a sí misma.» ©

El inventor

«- ¿A qué te dedicas?
–  Soy inventor
– ¿Inventas cosas?
– No, sólo personas. Invento lo que soy sin más fórmulas que mi propia mirada en el   espejo y lo que callo. E invento al otro mirándole a los ojos y escuchando sus silencios.
– Pero eso no es real.
– Tú y yo tampoco. © «

Palabras

Tenía que ponerle palabras. Pero ¿qué eran las palabras?
Cinceles que intentan esculpir el agua. Tornos de alfarero incapaces de moldear la piedra. Tinta sobre papel mojado. Cazamariposas sin red.
De pronto, supo qué decirle. El frío convirtió en hielo el agua para dejarse cincelar. El alfarero dio forma en su torno a la piedra con guantes de lija. El viento secó el papel mojado para que la tinta pudiera fijarse en él. Y una mariposa se posó solícita sobre el aro sin red.
“ Sin ti – le diría- todos no me bastan”. Pero no lo dijo. Tuvo miedo.
Y las palabras, ofendidas, se derritieron, se rompieron, se emborronaron y echaron a volar para siempre.©

El espejo

¿Y quién era él?
Un espejo resquebrajado en el que se sabía reflejada. Cuando le miraba, veía su propia imagen rota surcada de suturas. Despojada de cualquier ropaje. Desnuda de máscaras y corazas. Vulnerable.
Él era ella por dentro. Un ser sin caparazón.
Por eso iba a dejar de amarle.©