Érase una vez

Un día la voluntad venció al deseo. La cordura de la razón a la locura del sentir.
Huyó del mundo de los locos. Del mundo de los sueños.
Y se retiró a un lugar seguro donde poder verlo todo. Menos sus ojos.
Donde poder tocarlo todo. Menos su piel.
Donde poder escuchar cualquier voz. Menos la suya.
Volvió a su vida anterior. Sin su mirada, sin su cuerpo, sin el timbre suave de su voz.
Al fin estaba a salvo.
Y colorín colorado, noche tras noche arrojaba el cuento contra la pared y le decía como si aún pudiera oírla: quédate conmigo.©

Pasos

La vida a veces te cortocircuita.
Y sin embargo, caminas.
Aunque el aire se haya vuelto melaza y tus zapatos plomo.
Un paso. Después otro.
Así descubres que eres lo que siempre queda de ti.
Eres quien extrae de la melaza burbujas de aire.
Y respira.
Quien desanuda los cordones de tus pesados zapatos.
Y te descalza.©

Somos

“Amamos. A veces, también nos aman.
Besamos. A veces, también nos besan.
Herimos. Nos hieren.
Recorremos la vida. Y ella nos recorre.
Hallamos caminos. Nos perdemos.
Buscamos. Nos encuentran.
Soñamos. Nos sueñan.
Somos cobijo, espada. Oteador, faro. Realidad y sueño.
Dibujamos a lápiz la realidad. Y la vida decide lo que pasa a tinta». ©

Cartas

Cada cierto tiempo se sentaba a escribirle. Volcaba en la pantalla de su ordenador esquirlas de su vida. Desmenuzaba pensamientos. Sueños. También pesares. Y le hacía alguna pregunta. Para que pareciera una conversación. Aunque la respuesta llegara con retardo.
Cuando acababa el correo lo releía varias veces para comprobar que había expresado bien cuanto quería contarle. Porque las palabras no siempre dicen lo que queremos que digan. Entonces firmaba con un “te echo de menos”. Y, en lugar de enviarlo, lo borraba. ©

Soy

«Soy el pájaro que aletea atropellado. Y el ave que planea.
Un lobo solitario. Y el que oye, tras de sí, respirar a la manada.
Soy lo que veo con claridad. Y lo que, a oscuras, atisbo dentro.
La sonrisa más triste. Y la más alegre.
Palabras que se dejan decir. Y largos silencios.
Soy la que abre la puerta de su propia fortaleza. Y quien no encuentra la llave.
Un ser que vive de sueños. Y el que surge al despertar.
Soy la que no sabe quién es. Y quien sí lo sabe». ©

El guía

Escuchó confiada a su corazón. “¡Sígueme!”, le dijo dulcemente. Y ella le siguió. Con la temeridad de quien se atreve a sentir. A pesar de la niebla. Él sabría el camino. Sería su guía.
Pero la realidad apareció con sus dientes de sable destrozando aquel sueño a dentelladas.
“No volveré a seguirte”, recriminó a su corazón llena de dolor y de frío. “No somos iguales. Tú eres como los sueños. Puro y libre. Pero mi mundo es otro. Un mundo de esclavos. Donde impera el miedo. Mi mundo duele”.
De repente se levantó la niebla. Y no encontró a su corazón delante de ella. Se giró y lo vio tras de sí. A su espalda. Igual de herido. Temblando de frío. Y ya no supo decir en qué mundo estaba, ni quién había seguido a quién. ©

Ausencia

La distancia le enseñó a romper el tiempo en dos. Para poder sobrellevar la ausencia.

Al quebrarlo, un pedazo seguía su avance sin tregua al compás del segundero. Y en su fluir,  arrastraba esa faceta de sí mismo que vivía sin ella.

Pero un trozo de tiempo se detenía siempre en cada adiós que les separaba. Y la parte de él que sólo podía existir a su lado también se quedaba quieta. Atrás. Anclada en el momento en que sus ojos eran mirada y sus manos tacto.

La distancia le enseñó a partir el tiempo. Y al hacerlo, él mismo se rompía en dos. Sólo así ese espacio lleno de ellos nunca se convertía en pasado. Era presente inmóvil. Tiempo en espera.©

Alas de papel

Veo un pájaro. Posado. Y tras él, de fondo, el mundo.
Sus flacas patitas parecen sostenerlo. Aunque, en realidad, está suspendido sobre la nada.
Mira a lo lejos a través del aire, a través de la vida, a través del sueño.
Mi presencia parece serle indiferente. Mientras no me mueva.
-No te vayas-, le dice mi mirada.
El pájaro echa a volar. Surcando el aire, la vida, el sueño. Con sus alas de papel.
Pero volverá.
Ha dejado sus flacas patitas sobre la barandilla. Y tras ellas, al fondo, el mundo espera.©

El telón

«Me llamas por mi nombre. Y te respondo.
Te dejo pensar que me conoces.  
Guardo para mí lo que, sin tú saberlo, también nombras. Acallo la tormenta sorda del miedo que ruge sin voz tras un telón tejido con pesadas capas de falso olvido.  Mi palestra es una oquedad interior surcada de ecos en permanente colisión. Hieren el aire con sus chasquidos inaudibles. Soy ese aire rasgado.  Soy mi dolor.
Me llamas por mi nombre. Cae el telón. Y te sonrío.» ©

Estrellas de tierra

Sembraré la tierra de estrellas que ya no existen.
Y en cada surco que abra dejaré a su lado un recuerdo tuyo. Para que no estén solas. Para que no se pregunten más por qué siguen brillando.
Te mirarán y dirán para sí: “Soy como tú. Un bello recuerdo. Un sueño”.
Y cada noche iré a visitarlas. Sola. Envuelta en silencio. Para no despertarlas. Para ver cómo brillan dormidas en su cielo de tierra.